sábado, 9 de junio de 2018

Sobre “Relámpagos que fueron”




Comentarios de Genaro Saúl Reyes



Hablar con J. R. M. Ávila significa estar pensando, charlando sobre cuestiones de las culturas populares, pero también de cómo esas culturas populares necesitan quedar registradas en un libro y a través de la creación literaria.

“Relámpagos que fueron” es un texto en el que estamos sintiendo por un lado el reportaje y por otro la novela. Si se hubiese escrito en el estilo de otros libros que hablan de grupos regionales (Cadetes de Linares, Alegres de Terán, Rancheritos de Topo Chico), no quedaría más que la crónica sobre el grupo, pero aquí, algo que me gustó mucho, es la construcción de los personajes. Cómo se construye el personaje de Cornelio y cómo se construye el personaje de Ramón, y en determinado momento se fusionan esas dos vidas.

El libro trasciende el solo hecho de hablar de un grupo de música regional. Estamos viendo a dos muchachos con deseos de salir adelante, dos muchachos que se fueron criando entre golpes de la vida. La gente no necesita saber quiénes fueron “Los Relámpagos del Norte” porque los personajes nos van dando una historia, independientemente del grupo real.

Recomiendo ampliamente “Relámpagos que fueron”. Conozcan o no a “Los Relámpagos del Norte”, el libro se sostiene por sí mismo, por la creación de anécdotas en las cuales van viviendo y conviviendo los personajes. Otro punto interesante es cómo el autor logra construir una atmósfera del Monterrey de los años 50, 60 y principios de los 70.

Como lector, veo unos personajes que valen por sí mismos. Y desde ahí es que invito a que se acerquen a “Relámpagos que fueron”. Quienes gustan de “Los Relámpagos del Norte” van a encontrar desde el principio de su carrera hasta su separación, pasando por su época de esplendor. Si no saben quiénes son ellos, descubrirán a dos personajes entrañables que son Cornelio y Ramón, con dos caracteres distintos que, más que pretender ser músicos, tienen una visión en común, que es la de ser alguien. Lo que se ve es su lucha por salir de un medio que los estaba aplastando.

Nos encontramos además con personajes que existen, que están en la realidad, los que les dieron las primeras oportunidades, la marca de discos BEGO, que fue muy importante. Estos aspectos nos llevan también a ubicarlos, por un lado, en el contexto nuevoleonés y, por otro, en el contexto de los chicanos.

El hecho de que la novela (la lectura que yo hice fue de una novela) se haya manejado de una manera híbrida es la mejor solución para este texto.

El libro va a ir ganando y ganando terreno, de tal manera que llegará el momento en que se convierta en libro de consulta obligada.

Por todo lo anterior, los invito a leer “Relámpagos que fueron”, de J. R. M. Ávila.

miércoles, 6 de junio de 2018

El mito de Los Relámpagos del Norte




Texto de Yuliana Rivera




Voy a jugarme un albur
con una baraja de oro
pues si la gano, ya estuvo
y si la pierdo, ni modo
porque yo soy de los hombres
que cuando pierdo no lloro

Los Relámpagos del Norte



Tras dos años de haberse conocido y tocar en cantinas con el nombre de Dueto Carta Blanca, y deteriorado el mismo luego del abandono de Juan Peña, Ramón Ayala y Cornelio Reyna formaron en los años sesenta un dueto de música norteña[1] al cual llamaron Los Relámpagos del Norte. Cuatro décadas han pasado desde su integración y aún sigue corriendo tinta acerca de ellos.

Cuenta la leyenda que fue Ayala quien, cansado de sortear la mala suerte, una noche en que estaba afuera del Salón Monterrey en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, decidió cambiar el nombre del conjunto –y con ello su mala racha-, de Dueto Carta Blanca a Los Relámpagos del Norte. Cornelio y Ramón no sabían que aquel insignificante cambio surtiría efecto y que los llevaría a sacar la música norteña de las cantinas. El nombre les sentó bien y rápido llegaron a oídos de un productor llamado Paulino Bernal que vino de Estados Unidos a escucharlos y les propuso grabar un disco:[2] “¿Sabes qué es lo que más me gusta  de que grabemos un disco?”, pregunta Ramón. Cuando Cornelio le contesta que no, continúa: “Que ya no vamos a tener que cantar en cantinas”. Cornelio sonríe y a su vez pregunta: “¿Y tú sabes qué es lo que más me gusta de que grabemos?”. Como Ramón no contesta, agrega: “Que me voy a poder comprar pantalones”.[3]

La travesía de estos relámpagos ha sido, por lo menos en dos ocasiones, materia para la literatura. Recientemente, el escritor J. R. M. Ávila, en Relámpagos que fueron (2016), narró y ficcionalizó la crónica del dueto. Cuando recurre a las fechas es con la finalidad de anclar al lector en una realidad histórica, pero lo sustancial del relato lo encontramos cuando el autor echa mano de la imaginación y recrea la leyenda a partir de lo que se ha dicho de ellos. Así pues, la trama se centra en narrar las anécdotas de los personajes desde el día en que nacieron, cuando tienen contacto por primera vez con la música, pasando por las peripecias y adversidades familiares que sortearon antes, durante y después de conocerse, hasta consolidarse como un dueto musical. Ávila apunta en el colofón: “Esta es una historia urdida para contar las andanzas de dos hombres que trascendieron en la música del norte de México. Es la historia posible de dos hombres […] En cuanto [a] si es o no verdadera, sólo Cornelio Reyna y Ramón Ayala podrían decirlo”.[4]

Sobre el dueto ya había escrito también una novela Luis Humberto Crosthwaite: Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio (Joaquín Mortiz, 2001). Crosthwaite, un relámpago en las letras mexicanas, tituló así su novela evocando uno de los éxitos más conocidos por los fanáticos del dueto. Sin embargo, no hay punto de comparación entre la novela de Luis Humberto y la propuesta de Ávila. Idos… es un texto complejo por todas las intertextualidades que lo conforman, incluso se ha dicho que la novela está escrita de manera musical. Esta, “…su segunda novela, toma como base la estructura del corrido norteño mexicano para contar la historia de Ramón y Cornelio”[5]; en cambio la narración de Ávila es menos experimental y artificiosa.

Lo interesante de la crónica narrativa de Ávila es que no pretende beatificar a los personajes –como apunta el propio autor en el colofón-, sino pintarnos sus matices, presentándolos a través de una prosa amena, ágil y legible para el lector, un punto a favor del libro, pues Cornelio  y Ramón pertenecen al universo de lo popular. No obstante, la historia de Los Relámpagos del Norte hoy es más mito que realidad, de lo contrario no podría entenderse la trascendencia de los personajes en la memoria colectiva del norte mexicano y del sur de los Estados Unidos. Ya se sabe “…el mito no sólo se construye desde arriba, sino que su contraparte y refrendo se encuentran en la vida social de los sectores populares. El mito no se valida en la veracidad histórica, sino en su funcionalidad social”.[6]

Según el especialista José Manuel Valenzuela, para Lévi-Strauss el mito se inserta en estructuras mentales comunes, pero al mismo tiempo produce y genera prácticas simbólicas y elementos de identidad; en este sentido es que puede reconocerse al dueto como un productor y generador de música plenamente asociada a una región y un tiempo:

En la frontera norte de México y sur de Estados Unidos existe una gran cantidad de sucesos y personajes que se han constituido como referentes fundamentales de la conciencia colectiva, en la medida en que su biografía y su obra establecen lazos que se insertan en las aspiraciones sociales […] de las cuales reinventan la grisácea cotidianidad de los de abajo[7].

Por ejemplo, ambos personajes nacieron en un contexto marginal y carecieron de recursos económicos. Son gente de a pie que puso su fe y su empeño en salir de la miseria y que no descansó hasta lograrlo pese a todas las adversidades. Fueron gente real, como cualquiera que se encomienda todos los días a su fe y está a la caza de que aparezca una oportunidad para mostrar su talento. ¿Quién no ha soñado con ese momento? ¿Quién no ha dicho “sé que nací para esto”? Si tenemos la capacidad de soñarnos héroes es porque lo hemos heredado. La humanidad siempre ha ejercido prácticas religiosas donde echa mano de lo mágico para responder a sus necesidades, y ¿por qué no?, dotar de sentido su cotidianeidad[8].

Ramón Ayala, según el relato, había sido bolero, pero se sabía predestinado a ser El rey del acordeón: “‘No tienes manos de bolero’ […] ‘¿Y entonces de qué las tengo?’ […] ‘No sé, a lo mejor de acordeonista’”[9]. En tanto, Cornelio había vivido con su primera esposa en una casa improvisada debajo de un árbol antes de abandonar la cantina El Cadillac para siempre. Cuando dejaron de presentarse en la cantina donde se conocieron, se alegraron mucho porque se iniciaba el camino para el que estaban destinados. El lector disfruta este momento en el relato pues ha recorrido el viaje junto con ellos desde sus inicios, cantando en los camiones y en las cantinas en compañía de sus padres, de quienes heredaron la tradición musical norteña. Después de grabar su primer disco, Los Relámpagos del Norte, con su sencillo “Ya no llores” (1963), ya no hubo vuelta atrás: el éxito los había alcanzado. Aquel primer hit fue interpretado para la película La captura de Gabino Barrera (1970), dirigida por René Cardona y con las actuaciones de Antonio Aguilar y Eleazar García Chelelo. Su participación en el cine mexicano al lado de quienes habían sido su inspiración, como Antonio Aguilar, les permite introducirse más en la memoria colectiva mexicana.

En 1997, cuando falleció Cornelio Reyna, el Senado del estado de Texas declaró un día de duelo, y un año más tarde pasó a formar parte del Salón de la Fama de San Antonio Texas. El rey del acordeón, como se conoce hoy a Ramón Ayala, sigue tocando en conciertos, bailes y presentaciones privadas; además, según cuenta Ávila, Ayala está arraigado temporalmente en su domicilio porque se le acusa de cantar para un cártel del narcotráfico. Pero, por si no he logrado convencer al lector del halo mitológico que envuelve a ambos personajes, habría que volver al relato de Ávila, donde éste apunta que Ayala, pese a lo que se dice de su relación con el narcotráfico, apadrina conjuntos que se inician en el ambiente musical norteño y en Hidalgo, Texas realiza posadas navideñas en las que regala juguetes a niños de escasos recursos.

Es imposible no aferrarse a la idea de que esta vida es una rueda de la fortuna donde hoy se puede estar abajo y mañana bien arriba. Más vale mantener viva esa sentencia popular, de lo contrario, ¿qué nos impulsa a continuar cada mañana cuando suena el despertador? Más vale creer que la leyenda de Los Relámpagos del Norte fue así y que los grandes personajes pueden venir de muy abajo. La historia de Cornelio Reyna y Ramón Ayala, sea cierta o no, sobre todo me excita a imaginar, a reconstruir los pasos y seguir la historia del par de músicos norteños que, como dice el autor de la crónica en una entrevista, “fueron unos relámpagos” pues apenas duraron como dueto 10 años, aproximadamente, y que por eso tituló así el libro: Relámpagos que fueron, sin embargo, aún sigue corriendo tinta acerca de ellos.



Yuliana Rivera es maestra en literatura Mexicana por el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias (ILL-L) de la Universidad Veracruzana (UV). Actualmente es profesora en los Talleres Libres de Arte de la misma universidad.



[1] Cada lector deberá imaginar y ubicar el norte pues, como se sabe, no sólo es una región geográfica.
[2] Con la propuesta de grabación de un disco, así como el hecho del cambio al nombre del dueto, Ramón decide sustituir su apellido Covarrubias por el de Ayala. Sus razones aún se desconocen, pero desde entonces usa ese apellido.
[3] J. R. M. Ávila, Relámpagos que fueron (Monterrey, UANL, 2016), 176.
[4] Ibid, p. 213.
[5] Tarik Torres, “‘Misa Fronteriza’, de Luis Humberto Crosthwaite: Literatura e identidad desde la frontera”, Gramma, XXVI, 55 (2015): 112.
[6] José Manuel Valenzuela Arce, Entre la magia y la historia. Tradiciones, mitos y leyendas de la frontera (Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte, 2000), 2017.
[7] Ibid, p. 18.
[8]Nohemí Quezada explica que la misma religión, con todo y su sistema organizado, ha sostenido elementos mágicos originados en prácticas populares, como la superstición, incluso, las formas de sanación.
[9] J. R. M. Ávila, Relámpagos que fueron (Monterrey, UANL, 2016), 132.