Texto de Yuliana Rivera
Voy
a jugarme un albur
con
una baraja de oro
pues
si la gano, ya estuvo
y
si la pierdo, ni modo
porque
yo soy de los hombres
que
cuando pierdo no lloro
Los
Relámpagos del Norte
Tras dos años de haberse conocido y tocar en
cantinas con el nombre de Dueto Carta Blanca, y deteriorado el mismo luego del
abandono de Juan Peña, Ramón Ayala y Cornelio Reyna formaron en los años
sesenta un dueto de música norteña[1] al cual llamaron Los
Relámpagos del Norte. Cuatro décadas han pasado desde su integración y aún
sigue corriendo tinta acerca de ellos.
Cuenta la leyenda que fue Ayala quien, cansado
de sortear la mala suerte, una noche en que estaba afuera del Salón Monterrey
en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, decidió cambiar el nombre del conjunto –y
con ello su mala racha-, de Dueto Carta Blanca a Los Relámpagos del Norte.
Cornelio y Ramón no sabían que aquel insignificante cambio surtiría efecto y
que los llevaría a sacar la música norteña de las cantinas. El nombre les sentó
bien y rápido llegaron a oídos de un productor llamado Paulino Bernal que vino
de Estados Unidos a escucharlos y les propuso grabar un disco:[2] “¿Sabes qué es lo que más
me gusta de que grabemos un disco?”,
pregunta Ramón. Cuando Cornelio le contesta que no, continúa: “Que ya no vamos
a tener que cantar en cantinas”. Cornelio sonríe y a su vez pregunta: “¿Y tú
sabes qué es lo que más me gusta de que grabemos?”. Como Ramón no contesta,
agrega: “Que me voy a poder comprar pantalones”.[3]
La travesía de estos relámpagos ha sido, por lo
menos en dos ocasiones, materia para la literatura. Recientemente, el escritor
J. R. M. Ávila, en Relámpagos que fueron (2016),
narró y ficcionalizó la crónica del dueto. Cuando recurre a las fechas es con
la finalidad de anclar al lector en una realidad histórica, pero lo sustancial
del relato lo encontramos cuando el autor echa mano de la imaginación y recrea
la leyenda a partir de lo que se ha dicho de ellos. Así pues, la trama se
centra en narrar las anécdotas de los personajes desde el día en que nacieron,
cuando tienen contacto por primera vez con la música, pasando por las
peripecias y adversidades familiares que sortearon antes, durante y después de
conocerse, hasta consolidarse como un dueto musical. Ávila apunta en el
colofón: “Esta es una historia urdida para contar las andanzas de dos hombres
que trascendieron en la música del norte de México. Es la historia posible de
dos hombres […] En cuanto [a] si es o no verdadera, sólo Cornelio Reyna y Ramón
Ayala podrían decirlo”.[4]
Sobre el dueto ya había escrito también una
novela Luis Humberto Crosthwaite: Idos de
la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio
(Joaquín Mortiz, 2001). Crosthwaite, un relámpago en las letras mexicanas,
tituló así su novela evocando uno de los éxitos más conocidos por los fanáticos
del dueto. Sin embargo, no hay punto de comparación entre la novela de Luis
Humberto y la propuesta de Ávila. Idos…
es un texto complejo por todas las intertextualidades que lo conforman, incluso
se ha dicho que la novela está escrita de manera musical. Esta, “…su segunda
novela, toma como base la estructura del corrido norteño mexicano para contar
la historia de Ramón y Cornelio”[5]; en cambio la narración de
Ávila es menos experimental y artificiosa.
Lo interesante de la crónica narrativa de Ávila
es que no pretende beatificar a los personajes –como apunta el propio autor en
el colofón-, sino pintarnos sus matices, presentándolos a través de una prosa
amena, ágil y legible para el lector, un punto a favor del libro, pues
Cornelio y Ramón pertenecen al universo
de lo popular. No obstante, la historia de Los Relámpagos del Norte hoy es más
mito que realidad, de lo contrario no podría entenderse la trascendencia de los
personajes en la memoria colectiva del norte mexicano y del sur de los Estados
Unidos. Ya se sabe “…el mito no sólo se construye desde arriba, sino que su
contraparte y refrendo se encuentran en la vida social de los sectores
populares. El mito no se valida en la veracidad histórica, sino en su
funcionalidad social”.[6]
Según el especialista José Manuel Valenzuela,
para Lévi-Strauss el mito se inserta en estructuras mentales comunes, pero al
mismo tiempo produce y genera prácticas simbólicas y elementos de identidad; en
este sentido es que puede reconocerse al dueto como un productor y generador de
música plenamente asociada a una región y un tiempo:
En la frontera norte de
México y sur de Estados Unidos existe una gran cantidad de sucesos y personajes
que se han constituido como referentes fundamentales de la conciencia
colectiva, en la medida en que su biografía y su obra establecen lazos que se
insertan en las aspiraciones sociales […] de las cuales reinventan la grisácea
cotidianidad de los de abajo[7].
Por ejemplo, ambos personajes nacieron en un
contexto marginal y carecieron de recursos económicos. Son gente de a pie que
puso su fe y su empeño en salir de la miseria y que no descansó hasta lograrlo
pese a todas las adversidades. Fueron gente real, como cualquiera que se
encomienda todos los días a su fe y está a la caza de que aparezca una
oportunidad para mostrar su talento. ¿Quién no ha soñado con ese momento?
¿Quién no ha dicho “sé que nací para esto”? Si tenemos la capacidad de soñarnos
héroes es porque lo hemos heredado. La humanidad siempre ha ejercido prácticas
religiosas donde echa mano de lo mágico para responder a sus necesidades, y
¿por qué no?, dotar de sentido su cotidianeidad[8].
Ramón Ayala, según el relato, había sido
bolero, pero se sabía predestinado a ser El rey del acordeón: “‘No tienes manos
de bolero’ […] ‘¿Y entonces de qué las tengo?’ […] ‘No sé, a lo mejor de
acordeonista’”[9].
En tanto, Cornelio había vivido con su primera esposa en una casa improvisada
debajo de un árbol antes de abandonar la cantina El Cadillac para siempre.
Cuando dejaron de presentarse en la cantina donde se conocieron, se alegraron
mucho porque se iniciaba el camino para el que estaban destinados. El lector
disfruta este momento en el relato pues ha recorrido el viaje junto con ellos
desde sus inicios, cantando en los camiones y en las cantinas en compañía de
sus padres, de quienes heredaron la tradición musical norteña. Después de
grabar su primer disco, Los Relámpagos del Norte, con su sencillo “Ya no
llores” (1963), ya no hubo vuelta atrás: el éxito los había alcanzado. Aquel
primer hit fue interpretado para la película La captura de Gabino Barrera (1970), dirigida por René Cardona y
con las actuaciones de Antonio Aguilar y Eleazar García Chelelo. Su participación en el cine mexicano al lado de quienes
habían sido su inspiración, como Antonio Aguilar, les permite introducirse más
en la memoria colectiva mexicana.
En 1997, cuando falleció Cornelio Reyna, el
Senado del estado de Texas declaró un día de duelo, y un año más tarde pasó a
formar parte del Salón de la Fama de San Antonio Texas. El rey del acordeón,
como se conoce hoy a Ramón Ayala, sigue tocando en conciertos, bailes y
presentaciones privadas; además, según cuenta Ávila, Ayala está arraigado
temporalmente en su domicilio porque se le acusa de cantar para un cártel del
narcotráfico. Pero, por si no he logrado convencer al lector del halo
mitológico que envuelve a ambos personajes, habría que volver al relato de
Ávila, donde éste apunta que Ayala, pese a lo que se dice de su relación con el
narcotráfico, apadrina conjuntos que se inician en el ambiente musical norteño
y en Hidalgo, Texas realiza posadas navideñas en las que regala juguetes a
niños de escasos recursos.
Es imposible no aferrarse a la idea de que esta
vida es una rueda de la fortuna donde hoy se puede estar abajo y mañana bien
arriba. Más vale mantener viva esa sentencia popular, de lo contrario, ¿qué nos
impulsa a continuar cada mañana cuando suena el despertador? Más vale creer que
la leyenda de Los Relámpagos del Norte
fue así y que los grandes personajes pueden venir de muy abajo. La historia de
Cornelio Reyna y Ramón Ayala, sea cierta o no, sobre todo me excita a imaginar,
a reconstruir los pasos y seguir la historia del par de músicos norteños que,
como dice el autor de la crónica en una entrevista, “fueron unos relámpagos”
pues apenas duraron como dueto 10 años, aproximadamente, y que por eso tituló
así el libro: Relámpagos que fueron, sin embargo, aún sigue corriendo tinta
acerca de ellos.
Yuliana Rivera es maestra en literatura
Mexicana por el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias (ILL-L) de la Universidad Veracruzana (UV). Actualmente es
profesora en los Talleres Libres de Arte de la misma universidad.
[1]
Cada lector deberá imaginar y ubicar el norte pues, como se sabe, no sólo es
una región geográfica.
[2]
Con la propuesta de grabación de un disco, así como el hecho del cambio al
nombre del dueto, Ramón decide sustituir su apellido Covarrubias por el de
Ayala. Sus razones aún se desconocen, pero desde entonces usa ese apellido.
[3] J.
R. M. Ávila, Relámpagos que fueron
(Monterrey, UANL, 2016), 176.
[4]
Ibid, p. 213.
[5]
Tarik Torres, “‘Misa Fronteriza’, de Luis Humberto Crosthwaite: Literatura e
identidad desde la frontera”, Gramma, XXVI, 55 (2015): 112.
[6]
José Manuel Valenzuela Arce, Entre la
magia y la historia. Tradiciones, mitos y leyendas de la frontera (Tijuana:
El Colegio de la Frontera Norte, 2000), 2017.
[7]
Ibid, p. 18.
[8]Nohemí
Quezada explica que la misma religión, con todo y su sistema organizado, ha
sostenido elementos mágicos originados en prácticas populares, como la
superstición, incluso, las formas de sanación.
[9] J.
R. M. Ávila, Relámpagos que fueron
(Monterrey, UANL, 2016), 132.
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