Por Raymundo Gerardo Elizondo Ríos
El hecho de escribir es en sí mismo un
acto de liberación y de libertad. Liberación al expresar la interioridad de los
pensamientos y libertad al comunicarlos para que sean compartidos con los
demás.
Expresión y comunicación son dos procesos
complementarios e imprescindibles de la manifestación humana. Sin embargo,
cuando se escribe por iniciativa propia empleando la imaginación para re-crear
la realidad, estos dos procesos se subliman para presentar una nueva realidad
conformada por la ficción. Ficción que nos ofrece no mundos mágicos o
increíbles, sino mundos construidos en la perspectiva de lo pensable y de lo
posible. Así, la obra literaria expresa, comunica y re-crea estableciendo su
vigencia más allá de los tiempos y de los espacios a los que se circunscribe la
existencia humana.
Juan Ricardo Martínez se ha asumido en la
tarea de escribir para darnos a conocer sus mundos pensables y posibles en esta
colección de cuentos (y un relato) agrupados bajo el título de “Ave Fénix”.
Las narraciones que componen esta publicación
ponen de manifiesto la formación personal e intelectual de su autor. Su infancia
transcurrida en el seno de la tranquilidad familiar, en El Mezquital, Apodaca,
N.L. y su paso por la primaria en la misma comunidad, su adolescencia y
juventud en la secundaria de la cabecera municipal y en la Escuela Normal “Miguel
F. Martínez”. Sus estudios en la Normal Superior “Moisés Sáenz Garza”, así como
de posgrado en la Escuela de Graduados de la misma institución.
Pero por encima de todo esto, Juan Ricardo
ha cultivado siempre dos disciplinas que lo han llevado a desarrollar su
natural habilidad y vocación para escribir: la lectura y la investigación. Disciplinas
realizadas fuera de todo formalismo u obligación, más bien como una necesidad
de encontrarse y definirse a sí mismo en una sociedad que le plantea
interrogantes que él resuelve a través de la ficción, entendida ésta en los
términos expuestos al inicio de este escrito.
Lectura e investigación han convertido a
Juan Ricardo en un autodidacta que recoge una vivencia, una leyenda, una simple
conversación, un personaje de la comunidad, un evocador recuerdo, entre muchas
otras cosas, para dimensionarlos literariamente y presentarnos su propia
realidad mediante cuentos y relatos.
No somos de la idea de clasificar o encasillar
una obra literaria en algunas de tantas corrientes o tendencias existentes o
por existir; es obvio que las lecturas de otros influyan en la formación de un escritor;
sin embargo, en la producción de Juan Ricardo Martínez observamos una síntesis
intelectual de lo vivido, de lo estudiado, de lo leído y también, por qué no
decirlo, de lo pensado y lo pensable. De tal suerte que no hay en esta
producción una actitud “esnobista” o intelectualoide por imitar o seguir a los
grandes narradores (muy común entre algunos que escriben), sino una claridad de
pensamiento matizado por el poder de la ficción, para objetivarse en la fluidez
y la amenidad de la escritura. Así, en la obra narrativa que aquí se presenta
no podemos hablar de imitación fatua, sino de originalidad fecunda.
Esta originalidad se pone de manifiesto
cuando a través de un estático y pasmoso sapo, el autor nos expresa y comunica
el dominio que sobre el otro ejerce uno de los miembros de la pareja, o cuando
a través de un milenario y enigmático camaleón nos hace sentir el miedo natural
del hombre hacia lo inexplicable; o bien, cuando un árbol es testigo de la pérdida
de la inocencia de una niña en un acto de brutal instinto, antes que de amor y
deseo realizado.
Por otra parte, algunos de los cuentos de esta
colección revelan una crueldad sublime. Sólo leyendo Un oscuro silencio, La noche de los alacranes, De mala sombra y Donde la letra acecha entenderemos el
porqué de esta paradójica afirmación.
La aparición recurrente de la muerte es
otra de las características de las narraciones de esta obra. Es interesante cómo
nos presenta Juan Ricardo este fenómeno inherente a la vida del hombre: como
resultado de silenciosas y planeadas venganzas; como la dama que se invita a bailar
para luego, de manera muy caballerosa, acompañarla hasta su casa; como la mujer
con quien se platica para contarle lo que ocurre en el hogar que ha dejado en
la orfandad; como un estado de resurrección en el que un anciano se transfigura
en mítico personaje después de sucumbir ante penosas enfermedades; como
evocador recuerdo del abuelo cuyo anhelo era tener un cuarto para leer y como
un ambiente de tinieblas en el que la angustia guía la búsqueda del ser amado.
Polvo de luna
llena
es la recreación de una leyenda en ciernes, narración que se ha difundido mucho
últimamente en la región noreste de México; la encontramos tanto en relatos
orales de la gente, como en diversas versiones de corridos interpretados por
grupos musicales reconocidos en nuestro medio. Juan Ricardo le imprime un sello
de originalidad utilizando descripciones y diálogos, además del extraño polvo
que la luna vierte sobre la protagonista.
Una misteriosa montaña es el ambiente físico
de la muerte en Despojos. Aquí, a
través de un flujo de conciencia, el protagonista busca desesperada y
confundidamente al ser amado, o lo que de él queda entre un cúmulo de restos
humanos. El mensaje que se desprende es que amamos la carne, pero que, cuando
ésta se ha consumido y de quien amamos sólo quedan huesos indiferenciados, ¿será
posible que la materia trascienda a la esencia?
Cadena es un cuento
enigmático en el que el lector tendrá que descubrir qué o quién es el intruso
que interrumpe el maternal acto de amamantar a una criatura. Esta historia
también procede de una leyenda norestense, comentada por nuestros padres y
nuestros abuelos.
El singular personaje que aparece en todos
los barrios o las comunidades lo encontramos en Rosalío, un ser despreciable que ha coexistido en la vida infantil
de la chamacada que le teme y le odia, por lo que no desaprovecha la
oportunidad para jugarle una inocente, pero aleccionadora travesura. Rosalío,
en la ficción del autor, ha dejado de ser el “viejo del costal” para
convertirse en el “odioso de la carretilla”.
La orfandad en retrospectiva es el tema de
Buscando a mamá. La casi obligada
desintegración familiar cuando falta alguno de los padres, así como las
tristezas y desventuras por las que atraviesan los hijos, son narrados con una
percepción muy particular del mayor de ellos al vivenciar la pérdida sufrida,
desde que ésta ocurre hasta el momento en que ya es un anciano y presiente la llegada
de su propia muerte.
Ave Fénix resulta de un
paralelismo conceptual entre lo que es el final de la existencia de un
octogenario abatido por mortales achaques y el ancestral mito del ave que
resurge de las cenizas. Quizá Juan Ricardo quiere decirnos su particular punto
de vista sobre la resurrección, el momento en que muchos dicen que el alma deja
el cuerpo terrenal para pasar a un estado de inmortalidad y gozo eterno.
Más que un cuento, por su estructura y
extensión, Amanda es un romántico
relato en el que el amor de la pubertad es tratado de manera inocente. Es la
historia del amor ideal que todo ser humano experimenta y que cultiva con la
ilusión de una mirada, de una foto; con el ansia apremiante por encontrarse y
con el inexplicable temor por ser descubierto.
Así, entre la polifacética muerte; entre
amores juveniles, y otros traicionados; entre sapos, hormigas, alacranes,
camaleones y algún otro ente que debe descubrirse; entre personajes cotidianos,
y otros que ya se fueron; Juan Ricardo Martínez, a través de un lenguaje
directo, en ocasiones rudo, pero eminentemente literario, nos da a conocer sus
mundos posibles en esta publicación que es sólo una antología de los múltiples
trabajos narrativos que ha realizado; y que son, indudablemente, de una calidad
artística extraordinaria.
El lector de este material establecerá
inmediatamente una relación de empatía con el autor, desentrañando las tramas
que él ha urdido en cada narración, identificando personas y situaciones
comunes, aceptando o rechazando sus planteamientos, en suma, comunicándose a
través del inagotable canal de la literatura.